Daniel
Freidemberg es, sin duda, unas de las más originales y potentes voces
poéticas contemporáneas.
El
propio Freidemberg, en una entrevista, decía “no confundimos la poesía
con la vida, pero cuando alcanzamos a vivir lo que el poema atrapó de
la vida para que se vuelva poema… Bueno, esa es una experiencia que me
gusta mucho. A mi poesía, en todo caso, nada la anima tanto como la
ambición imposible de tocar o capturar algo a lo que nunca va a
llegar, y el enorme placer de jugar esa apuesta. Es una apuesta de
antemano fracasada pero muy disfrutable en sí misma, y llena de la
energía o la fuerza que recibe de ese mundo inalcanzable”.
Esa
tentativa, que asomaba en algunos poemas de “Diario en la crisis” y se
define en “Lo espeso real”, se volverá dominante y obsesiva en los dos
libros siguientes, “Cantos en la mañana vil” y “En la resaca”, y en
toda la poesía escrita por Freidemberg desde fines de los años 90,
excepto algunas letras de canciones. Pero nada de eso aparecía en su
primer libro, “Blues del que vuelve a casa”, de 1973, notoriamente
identificado con lo que se conoció como el “coloquialismo argentino de
los años sesenta”: una poesía animada, vivaz, sostenida en la sucesión
de imágenes con alta carga metafórica, tendiente a establecer una
relación de simpatía con el lector y a producir cierto impacto
emotivo, que suponía entender a la vida, sobre todo a la vida
cotidiana, como una sucesión de acontecimientos asombrosos. Hacer
poesía, para quienes la entendían así, consistía en una habilidad para
producir ciertos efectos: un clima “maravilloso”, algún tipo de
encanto. Y, por esos medios, acceder a una actitud de voluntaria
ingenuidad, a la que se veía como una capacidad de sorprenderse y
establecer así un contacto más íntimo con el mundo.
Freidemberg
ya estaba apartándose de esa tendencia cuando sobrevino en la
Argentina el golpe de Estado de 1976, y con él un cambio en las
condiciones culturales y los horizontes subjetivos que obligó a
replantear todo. A Diario en la crisis, escrito durante esos años,
Freidemberg lo consideró “el resultado de la dificultosa búsqueda de
alguna palabra que tuviera consistencia o valor en un paisaje mental
arrasado. Me refiero al tiempo de la última dictadura, cuando no veía
cómo ni dónde encontrar palabras que no estuvieran degradadas, o que
no fueran una mera cobertura del horror: ahí, en esa búsqueda, es que
fui aprendiendo una relación con las palabras que es la que, puedo
decir, funda mi escritura, la de hoy”. En esa relación, la fe en la
palabra ya no era posible, y a las significaciones de las palabras y
las cosas había que encontrarlas, o reinventarlas.
Esteban Moore
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